Se sabe que no todas las personas viven con
alegría los días de navidad. Por un lado, puede ser cuestión de ideología: hay
quien se opone directamente al espíritu navideño, ya sea por falta de creencia
religiosa, por crítica a la sociedad de consumo, por no estar de acuerdo con
los patrones universales que encasillan el comportamiento de los individuos,
homogeneizando todo… En fin, evidentemente existen muchas causas posibles por las que
desmarcarse de la euforia generalizada. Por otro lado, la falta de
entusiasmo puede estar relacionada con el propio estado de ánimo. En ocasiones,
las fechas señaladas actúan como potenciador de los problemas que uno pueda
tener.
Por ejemplo, el hecho de haber perdido a un ser querido en un
día circunscrito a las fiestas empaña de algún modo el ambiente festivo.
También ocurre que, aunque el familiar o la persona de apego haya fallecido en
una fecha diferente, en esta franja de tiempo que se caracteriza por los
encuentros familiares puede echarse de menos con mayor intensidad al difunto (o
difunta, claro está).
Otro caso que a veces lleva a sentirse
deprimido se relaciona con el recuento
de los objetivos cumplidos en el año que está finalizando. El 31 de diciembre
la gente se hace un montón de promesas, brinda por los nuevos proyectos
(cambiar de empleo, dejar de fumar, pasar más
tiempo con los niños…). Y llega el mes de diciembre y toca
replantearse los objetivos. No haberlos cumplido puede ser motivo de
insatisfacción.
Como variante de lo anterior está
el recuerdo de un acontecimiento muy duro,
triste o desagradable que se haya vivido durante el año en curso, o incluso en un año
anterior pero cerca de estas fechas, como una separación, el
cambio de vivienda por razones forzosas, una enfermedad o intervención médica,
etc.
Asimismo, la persona solitaria, que no tiene un círculo amplio de amigos, o ha
ido perdiendo a la familia principal o la tiene lejos, tal vez en esta ocasión
del año se sienta desamparada. Pueden incluirse en este grupo las situaciones
de rupturas de parejas o de familiares que han discutido y han “partido peras”. En particular, la
gente mayor con frecuencia se siente sola cuando es época de celebrar
en familia -debido al grado de aislamiento social de algunos
ancianos-. Y los padres recientemente separados han de enfrentar la festividad sin
sus hijos, o alternándose las celebraciones con su congénere, lo que en gran
medida empeora el estado de ánimo.
Luego, hay personas que tienden a
compararse con los modelos publicitarios,
y no sólo en cuanto a la belleza física o la posibilidad económica, sino
también en referencia a la felicidad. Pareciera que todo el mundo ha de sentirse
bien y ser feliz en estos días navideños. Quien no posea los recursos
económicos para agasajar con manjares, consentir con regalos, disfrutar con
alegría de los seres queridos, quizá considere que está haciendo algo mal, que
no cumple con las expectativas de su entorno y de la sociedad, que le ocurre
algo malo.
En definitiva, las fechas
señaladas, como las de navidad, pueden poner el acento en las carencias que una
persona tenga –o sienta que tenga- en ese momento y socavar su autoestima y por consiguiente el
estado de ánimo.
Pero los extremos
son malos. Si bien los ejemplos citados se consideran relativamente “normales”, en el sentido de que resulta habitual que las personas experimentemos
este tipo de sentimientos y reaccionemos de manera similar a las cosas malas
que nos suceden y que nos han sucedido, el estilo de afrontamiento de
las personas es variopinto y juega un papel esencial
en cómo éstas se sienten y sobrellevan las problemas.
Una cuestión de actitud
En cuanto a la pérdida
de un ser querido, el recuerdo de esa persona puede estar bañado en
lágrimas o puede convertirse poco a poco en un sentimiento de dulce añoranza,
calidez, como de “hogar”. En los primeros meses, o un poco más de
tiempo, suele ser difícil ver la parte entrañable de la pérdida; no obstante, a
medida que pasa el tiempo, esta pena puede ir transformándose en un bello
recuerdo, realista de cómo era la persona, pero agradable por el valor afectivo que
tenía ese ser amado para quien lo echa de menos. A veces resulta útil rendir
homenaje al fallecido, ya sea desde un punto de vista religioso, como desde un
plano laico y escéptico ante la muerte. Por ejemplo, se le puede escribir una
carta contándole lo que no se le había dicho, describiendo los sentimientos,
poniéndole “al corriente” de lo nuevo, etc. Un efecto similar se consigue
mediante un paseo a un lugar tranquilo (playa, jardín…) para mantener una “conversación”
interna con la persona que ya no está.
Si lo que apena es
el recuento
de objetivos cumplidos, podría tenerse en cuenta por un lado el grado de
exigencia personal. Con frecuencia tendemos a presionarnos en exceso con el afán de acercarnos a un ideal que tenemos de nosotros mismos, que no se
ajusta a la realidad y que puede que alcanzarlo no esté del todo en nuestras manos,
o que el coste sea demasiado elevado. Conviene analizar lo que uno se ha
exigido y valorar en consonancia lo que se ha logrado. Por otro lado, es aconsejable no perder de vista que todos cometemos errores; no tiene por qué ser tonto quien
dice tonterías, simplemente ha dicho tonterías. Lo que se ha hecho mal no hace
a la persona, sino a la acción en la que se ha actuado de forma inadecuada. Si
alguien considera que ha tomado decisiones desafortunadas, que no ha sabido
reaccionar a tiempo, etc., no debe juzgarse por ello de manera que afecte a su
autoconcepto (a cómo se percibe a sí mismo); tiene la oportunidad de mejorar
para una siguiente ocasión, de aprender de los errores, de anhelar una
evolución, realista, y teniendo en cuenta que puede volver a equivocarse.
Parecida es la actitud que habría
de tenerse ante un acontecimiento trágico. Si lo que la persona padece es el
recuerdo de algo que no estaba bajo su control, es importante que no pierda la
circunstancia de vista; si no podía evitarse, lógicamente no había nada que uno pudiera hacer
para evitarlo. Eso no debería llevar a nadie a sufrir cada mañana de forma
catastrófica por la falta de control del ser humano ante los acontecimientos
fortuitos. Podría entenderse como una posibilidad de seguir viviendo y construyendo pese a ese
azar que alguna vez puede manifestarse en contra de nuestros intereses. Pero no siempre…
Si en el acontecimiento difícil
sí que hay parte de "responsabilidad”, una vez más el ejercicio intelectual que
ayuda a entenderlo consiste en analizar el problema y detectar lo que podría
haberse efectuado de otro modo, y a continuación no regodearse en lo malo, sino
aceptarlo y buscar la manera de hacerlo mejor si se vuelve a presentar la
situación. Si consiste en algo que aún es modificable, podría convertirse en uno de
los nuevos proyectos para el año nuevo -sin dejarse llevar por un entusiasmo
exacerbado que sólo pueda abocar a la frustración-.
Cuando el desánimo está provocado
por la soledad, las posibilidades dependen de cada caso. Si por
ejemplo se trata de una persona aislada socialmente, sin casi familia y/o
amigos, podría recurrir a las ofertas de celebraciones colectivas que organizan
fundaciones y asociaciones. La gente mayor tiene un abanico de opciones para
pasar las fiestas en compañía. Si se trata de gente joven –en mayor o menor
medida-, existen también portales de internet, para hacer amigos, que realizan
múltiples tipos de encuentros. Apuntarse a un viaje organizado, con guía y
actividades en grupo, es otra manera de pasar unos días entretenido. Quizá el
quid de esta cuestión consiste en no dejarse llevar por los estereotipos convencionales,
difundidos por los modelos publicitarios, que tácitamente sitúan los festejos en el entorno familiar como si otros modelos de celebraciones no fueran posibles... De todos modos, también puede ser un buen momento para hacer las paces con familiares o amigos. Al fin y al cabo, la vida se disfruta más si se comparte.
Por último, ser feliz durante estas fechas no está escrito en ninguna ley. Lamentablemente, las personas nos enfrentamos a situaciones dolorosas, padecemos, y a veces no nos sentimos bien. Si esto ocurre ahora, quizá éstas no vayan a ser las navidades más felices de nuestra historia personal, y lo más recomendable sería asumirlo, y a pesar de ello procurar poner de nuestra parte para estar algo mejor.
Este año nos deprimimos aun mas
ResponderEliminarEs una época difícil, y ahora más que nunca necesitamos herramientas y estrategias para afrontar las dificultades
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